El filme de Perugorría, basado en el cuento de Miguel Barnet, acentúa la historia de amor entre Fátima y Vaselina. Vestido de novia también se perfila en este Festival sobre las llamadas diferencias sexuales
Autor: Rolando Pérez Betancourt 8 de diciembre de 2014 00:12:59
Dos películas cubanas sobre las llamadas diferencias sexuales llegan al Festival, Fátima, o el parque de la Fraternidad, por mucho la mejor película de Jorge Perugorría como director, y Vestido de novia, debut en el largometraje de la documentalista Marilyn Solaya.
Ambas cintas con puntos de contacto en lo que a temática respecta y hasta en la recreación de algunas escenas. Las dos nacieron de casos reales. La primera, el excelente cuento de Miguel Barnet, concebido a partir de un personaje (el travesti) con quien el escritor conversara largamente, y la segunda, un documental de la propia Solaya, aunque la historia de ahora va mucho más allá de los trances de aquella primera transexual cubana que diera a conocer en El cuerpo equivocado, y se enriquece en su temática social y humana.
No es de dudar que, tras ver el filme de Perugorría, algunos espectadores hayan buscado nuevamente el cuento de Barnet para establecer las inevitables comparaciones entre la literatura y el cine. Dos lenguajes diferentes, se sabe, pero cuyo cotejo permite apreciar que por lo general el empeño fílmico se queda por debajo del original literario, y bastaría citar la extensa y poco agraciada filmografía relacionada con los libros de García Márquez, Carpentier, y no pocos más.
No es el caso de Fátima, o el parque de la Fraternidad. Su guion (Fidel Antonio Orta) desentraña el entramado dramático del monólogo sustentador y lo traspone en una estructura narrativa circular que conjuga el pasado y el presente sin alterar la sustancia del original.
El filme acentúa la historia de amor entre Fátima y Vaselina y sale airoso ante las tentaciones de los tonos simpáticos prefabricados, esos que tras hacer reír el momento, desdibujan la trascendencia del conflicto. Hay buen humor entonces sin que se empañe el suceder de abusos y desgarramientos del personaje, peripecias que van desde su infancia hasta la madurez y evitan los estereotipos ruidosos tan dados en el tema gay y el travestismo.
Cierto es que no faltan en la trama algunos lugares comunes, pero se difuminan en el buen desempeño de los actores y en el trabajo visual —sin las riesgosas improvisaciones de otras veces— del que hace gala Perugorría.
Carlos Enrique Almirante como Fátima resulta plausible por cuanto se trata de un registro en el que debe asumir varias personalidades y estados de ánimo a lo largo de los años, y si en algún momento, hacia los finales, el espectador cree percibir que su Fátima se viriliza un poco, habría que recordarle que el mismo personaje se encarga de aclarar, al igual que lo hace el cuento, que cuando “se le sube el Manolo”, no cree en nadie.
Canta, ríe, llora, implora, seduce y no se rinde Fátima ante la adversidad, y Almirante saca adelante el papel de su vida en este filme de amplias audiencias y calidades no pocas.
Y si emociones redondea Fátima, ellas no faltan igualmente en Vestido de novia, película que, al tiempo de revelar una historia novedosa, coloca sobre el tapete el tema de la discriminación —no ya de un transexual— sino también de la mujer como categoría humana, vista a través de los ojos de ese hombre que opta, a tono con su naturaleza verdadera, por cambiar de sexo y convertirse en una ama de casa, que además trabaja.
El filme de Marilyn Solaya se apoya en el buen desempeño de la pareja que integran Laura de la Uz y Luis Alberto García (además de otros actores de primera línea) y redondea momentos realmente conmovedores. Sin embargo, no puede evitar (o no quiere evitarlos) lo subrayados de su denuncia. Faltan matices entonces en el guion y dos o tres personajes, en su feroz y planificada maldad, se tornan arquetípicos y no poco deudores del tradicional melodrama.
Todo lo cual no le quita contundencia y aciertos a este primer filme, largamente luchado por su realizadora.