miércoles, 27 de agosto de 2008

Jorge Perugorría, el objeto del vacío


WENDY GUERRA

CRÓNICA DESDE LA HABANA
WENDY GUERRA

LA HABANA.- Releía en estos días a Margueritte Yourcenar, 'La invención de una vida de Josyane Savigneau', donde aparecen apuntes de la escritora de 'La visión del vacío' en Yukio Mishima. Su terrible y hermoso desenlace; aquel seppuku con el que entregó su vida sobre el lecho rojo y negro en un gesto desesperado para devolverle la condición de Dios a su emperador".

"O acaso nada de todo eso, sino simplemente el gran vacío azul-blanco que contempla al llegar su fin, el octogenario Honda, el juez de ojos perspicaces que es, al mismo tiempo y en el sentido enojoso del término, un 'voyeur'. Vacío resplandeciente como el cielo de verano que devora las cosas y, comparado con él, todo lo demás no es sino un desfile de sombras"• M.Y.

Dejé el libro sobre mi cama y salí a la exposición de tres artistas cubanos en una remodelada casona de El Vedado. El verano ardía, la luminosidad me impedía distinguir los fantasmas con los que tropezaba a mi paso. Vivo en una ciudad donde ya a pocos conozco.

Me detuve ante el abismo soleado, recordé que este trabajo de Perugorría se inició entre película y película de Steven Soderberg y Benicio del Toro: 'Guerrilla' y 'El Argentino'. Repasé incluso nuestra conversación telefónica en Madrid cuando nos despedimos y él me habló de su vértigo al emprender viaje, ese instante donde pierdes el espíritu colectivo y te transportas hacia tu otra postura creativa y solitaria.
Su tópico: el vacío de una generación que ha postergado los grandes temas en nombre de la supervivencia. El liviano arco de nuestras llanas conversaciones, el vacío de ciertas obras que no tratan de nada para evitar enrolarse en el todo. Las uniones nacidas en la contingencia, asidos a los que sobrevivimos hoy en una isla en fuga. El ascetismo de nuestros juicios. La incapacidad para entendernos en nuestras diferencias. El vacío de la virtud, de la fe, el vacío que sólo genera vacío.

Perugorría: El hombre expuesto. El hombre actuando situaciones ajenas. Reivindicándose luego en el arte de contar desde el arte. Lecho para peces en extinción.

"Los peces enfermos no van en la pecera" Moldeo peceras de miope de neófito me marcho la memoria seguía allí. Luis Felipe García Arce
Ante las instalaciones de Perugorría me viene a la mente un especial trío de artistas alemanes: West-Kippenberger-Kelley. Los tres trabajaban algo parecido al humor del artista, y aunque este doble sentido alemán se aleja en tono del cubano, todos ellos manejan tópicos decapitantes, directos y hasta riesgosos en cuanto a soluciones, materiales o zagas sociales. Estos tres mosqueteros, involucrados con los momentos más importantes del Minimal, del Arte Povera y del Arte Conceptual, se desligaron del arte post-conceptual porque no les ilusionaba nada demasiado formal o planeado.
Tampoco a Perugorría interesa ningún estilo o forma de expresión absoluta. Su trabajo viaja en soportes tan distintos como: Dibujos sobre guiones, óleo sobre tela, escultura sobre metal y cristal, peceras sobre tu cama, serigrafía sobre tela, murales sobre piedra, acrílico sobre cartulina. Los alemanes y el cubano han tratado con gran celo al individuo, y en ese juego de conceptos grupales, de ataque y contraataque se unen en medio de sociedades en franca construcción. Recordemos el trabajo de ese colectivo 'Los doce sofás'.

Esa acción acertaba en una línea de confrontación entre lo público y lo privado. Sobre esto Kelley dijo: "No se trata de pensar en una obra de arte en elevación, sino de aquella obra de arte que se pueda utilizar sin tanta conciencia de lo propiamente 'museable': "Por eso adoramos la obra de West. ¿Dónde están los limites de una colección privada, y dónde de un museo público?" En el caso del arte cubano, donde las casas terminan siendo el espacio 'publico-privado' expuesto por temas ideo estéticos-políticos-económicos se derivan en efectos colectivos que superan tanto al poder como la imaginación del autor.

Cuando me encontré en aquella casona de 'El Vedado' ante la cama roja y negra: lecho de muerte o deseo, nicho de peceras, descanso de reyes y guerreros, sudario de vírgenes perdidas en el vicio, con respaldar-muralístico de una consigna popular: ADELANTE, sentí turbación.

En efecto, adelante vamos para observar pequeñas peceras vacías, con fondos cristalinos que nos proyectan turbados por: 'La Broma' de buen gusto que pareciera registrar nuestros más íntimos pensamientos. ¿Han muerto ya los peces y se ha podrido nuestra cuota de agua para esa supervivencia suspendida en la espera?
¿Todos tuvimos o tendremos ese lugar de reposo? O acaso: ¿Todos sospechamos que existe ese aposento amenazador? Una cama donde postergar con sueño la realidad. Un objeto para aislarse entre cristales, como criaturas enfermas que escapan espantadas y se refugian en su cámara aséptica. Recostamos la cabeza y a culparse.

Nos saludamos, atravesamos entre máscaras traslúcidas nuestros ánimos y nuestras opiniones, protegiéndonos en ese retiro que algunos llaman la hora del sueño y otros la noche de pesadillas. Se recomienda, en estos casos, un cómodo objeto para vivir en el vacío.

En La Habana de los ochenta, tal vez, hubiesen censurado la exposición y cargado con este lecho repleto de peceras llenas de nada. ¿Por lograr amplificar conflictos poco visibles a nivel interno o externo o por intrusión en la intimidad de un minuto histórico en reposo? Simplemente el sensor no se quería ver en capilla ardiente.
¿En aquellos años la casona de El Vedado hubiese abierto sus puertas un 26 de julio a esta exposición colectiva de Ever Fonseca, Cuti y Jorge Perugorría? Es posible, pero en el interior velado, críticos y comisarios emprenderían una diatriba absurda concluyendo sólo en los créditos de un filme de Tomás Gutierre Alea.

Aquí se enlaza la trama de un espectador cautivo, lo arrastra el gesto movilizador del único artista visual cubano, capaz de actuar nuestro propio vacío ante el naturalidad de nuestras vidas, proyectadas en su obra más reciente.
Cierro el libro de la Yourcenar, una pastilla hace el efecto barbitúrico de encontrar un sueño mudo, abstenido e irresponsable. Me dejo ir alrededor de la cama traslúcida, allí viajan mis pies sin centro, mientras me rindo sobre el objeto y ciertos peces vivos muerden mis dedos inmóviles.