Palabras de José Adrián Vitier
Distinguidos invitados:
Para presentar esta obra del compositor José María Vitier y del cineasta Jorge Perugorría, quisiera referirme al único aspecto de la misma no tocado por la música ni por las imágenes. Estoy hablando del nombre mismo del proyecto: Pulso de vida.
Habrá quien suponga que hablar del solo nombre será alejarse del objeto que aquí nos convoca. En cierto modo tienen razón; porque así ocurre con los nombres baladíes y con los nombres falsos. Pero enseguida veréis que el nombre verdadero es un raigal accesorio que no permite desvariar demasiado. Hablar de un nombre verdadero como el de Pulso de vida no será nunca irse por la tangente, sino una forma más de coger al joven toro por sus antiguos cuernos.
Sucede con algunos proyectos que el nombre los ilumina desde el comienzo; en otros, el nombre cae al final como un fruto maduro, o como secreto premio a su realización; y en otros, como el que nos ocupa, el nombre hace su aparición a la mitad del proceso creativo. Sin embargo, en todos los casos el nombre se coloca siempre al principio, delante de las cosas. Tanto si llegó tarde como si llegó temprano, el nombre va primero, y es lo primero por una multitud de razones que abarcan desde el pragmatismo causal hasta la compulsión del misterio.
Pulso de vida, el título de este trabajo, es uno de esos símbolos nuevos que suelen encontrar los eternos buscadores de la belleza antigua; es decir, de lo sagrado. ¿Pues qué ha de ser sagrado si no lo son esos momentos cuando el hombre encuentra el amor, inventa el arte, enlaza la amistad, obra lo justo, despierta lo olvidado? Porque sentir, seguir, responder al pulso de la vida, equivale siempre a recordar que hemos olvidado; no sentirlo, no seguirlo, no vivirlo, es olvidar que hemos olvidado.
Pulso de vida apareció tardíamente como nombre definitivo de esta obra en particular, pero la fidelidad a esa misma pulsación ha precedido cada uno de los trabajos de José María Vitier, dando como resultado una trayectoria creadora de sostenida y vibrante intensidad, en la que ha participado de manera múltiple y decisiva Silvia Rodríguez Rivero. Sin embargo, en toda la carrera discográfica de José María hay hasta el momento un solo disco de piano, y está contenido en este estuche. Dicho disco representa, como podrán adivinar muchos de ustedes, una cosecha inusualmente rica por la verdad artística e inteligencia musical acumuladas. Aquí pues, como muchas veces sucede, con los medios más escuetos se intenta lo más alto.
El bandolero Riobaldo –protagonista de la novela favorita de José María Vitier, Gran Sertón. Veredas, y probablemente el forajido más sabio de la literatura universal–coincide con muchos lingüistas cuando afirma que: “El nombre no da, el nombre recibe.” Esto parece, en principio, cierto. Pero aquello que tan sólo recibe, ¿no está al mismo tiempo entregando, provocando algo, a veces mucho, a veces todo? Creo sinceramente que el nombre Pulso de vida ha entregado un desafío y un resguardo a los que han trabajado en este proyecto. Un desafío y un resguardo: dos cosas cuya concesión aparece de modo recurrente en los mejores cuentos. Pulso de vida, con sólo ser un sencillo y certero nombre, fue una meta que nos imantó hacia lo alto y un talismán que resguardó la noble empresa.
Hay en Jorge Perugorría, en su persona, en los proyectos que ha emprendido, y en su forma de ser, algo que me hace pensar en Roldán. No en el músico Amadeo Roldán, sino en el caballero del cantar de gesta, súbdito del emperador Carlomagno, que murió noblemente en Roncesvalles, un puerto de montaña en el reino de Navarra en el país vasco –de donde por cierto viene su extraño apellido. Junto a las armas de Roldán, tras morir este en la batalla de Roncesvalles, fue grabada la siguiente divisa: “Nadie las mueva / quien estar no pueda / con Roldán en la prueba”.
Pienso que los críticos, periodistas y especialistas que escriban sobre Pulso de vida en el futuro no deberían hacerlo sin ir en busca, a su vez, de otra belleza. Para ellos quisiera yo dejar grabada la misma divisa que acompaña eternamente las armas de Roldán: “Nadie las mueva / quien estar no pueda / con Roldán en la prueba”. Pues una obra como esta, que no invoca en vano el pulso de la vida, y en la que el músico y el cineasta han hablado y han callado con su mayor elocuencia, no debería ser reseñada o presentada sin tensar el arco de la Poesía.
José Adrián Vitier, 19 de mayo de 2009
martes, 19 de mayo de 2009
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