He tenido la oportunidad y el placer de asistir a la inauguración de la exposición de Jorge Perugorría, el gran actor cubano, en Oviedo, mi ciudad natal. Y confío en que dentro de unos años se repita tanto el deleite como la ocasión.
Él mismo me comentó, en un breve cruce de palabras que pudimos mantener, que su imaginario visual se llenaba de tantas cosas y experiencias, se le acumulaba tanto que tenía que cambiar de línea, de procedimientos y de procesos en cuanto considera que un proyecto ya está agotado. No es descartable que esa precipitación lo obligue después a detenerse en lo que todavía prometía, en lo que tenía de ramificaciones desapercibidas y ahora aparecidas y que exigían una nueva proyección.
Con ello queda de manifiesto que no es una sorpresa que de un pintor como él, inquieto, atento y observador, emane una pintura extrovertida, que quiere salir a la luz y dialogar, que se exterioriza porque en ella pasión y visión se mimetizan en una sola, la cual nos depara esa comunicación insoslayable.
Esta serie dedicada a la Habana muestra una realidad plástica que a través del olvido llega a una memoria que tiene como misión no dejar que lo efímero tape lo perecedero, lo primero siempre se viste y acaba pudriéndose por ello, lo segundo está desnudo. Para ello, rescata una geometría urbana que por medio de un fuerte impacto cromático aborda otra dimensión de la ciudad (¿alguien sabe cuántas tiene?), esencializando los valores que personifican su verdad.
Perugorría, al abordar esta empresa, se ha enfrentado con su propio olvido y su reverso, pero también con el propósito de que la luz recabase la conducción de directora y mentora de los laberintos oscuros de ese homogéneo conjunto arquitectónico y constructivo que es como el estandarte que resume el antes y el después de una urbe contenida entre muros, malecones y fortalezas, entre cuyas grietas y resquicios la poesía de la búsqueda se hace sustancia. Incluso en algunos de los lienzos una mirada al cielo nos descubre unas criaturas angelicales que aparentemente guardan y protegen, tal que símbolos de una ciudad que por sus reminiscencias ancestrales los necesitara para traer una lluvia de purificación y libertad.
Admitiendo y aceptando que soy acérrimo partidario de sus series anteriores, estimo y repito que en ésta hay un cambio evidente de registro para no perder lo más importante: el hilo que conduce a explicarse y ver su entorno social, histórico, paisajístico, cultural, familiar, como una obra que, al igual que sus chorreados, se derrama en el poso de completar una habitación llena de lagunas ateridas por tanto olvido colectivo. Yo creo que en ese sentido lo consigue, aunque su capacidad para reservarnos más y mayores sorpresas en el futuro es infinitamente mayor. Jorge es impredecible, tal como él mismo me ha admitido, por consiguiente, que nos siga enseñando y trazando caminos que nos permitan seguir mirando y viviendo.
Hoy, el malecón cuenta a sus habitantes con el objeto de organizar una aguerrida mesnada. Pero los resultados no son muy esperanzadores antes tantos paralíticos, mutilados, cojos, lisiados. Y después había que sumar a los ciegos, mudos, sordos y sordomudos. Sólo eran válidos los proscritos y éstos no eran de fiar. Entonces dispuso una peregrinación al santuario de la Virgen de la Regla para su curación. No se supo lo que ocurrió pero según se dedujo después la Virgen se asustó y pidió un inmediato traslado a otra isla, con lo que tuvieron que regresar tal como habían ido. Le digo a Humberto: "es que menos en lo de la penumbra, no acierta ni una".
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