Si el pasado de Cuba ya ha sido vendido, en un negocio en que sus accionistas principales, quedaron petrificados durante largas y angustiosas décadas, dejando a gran parte de su pueblo a la deriva, en esa triste condición de los que sienten y/o disienten, sentimientos demasiado raros, en cuanto a sus contemporáneas existencias; ¿quién se atreve a apostar de nuevo el alma en pos de su futuro? De eso trata, Se vende, una reciente película de realización cubana, la cual lleva las marcas de fábrica, del prestigioso actor, ahora también guionista y director, Jorge Perugorría.
No es esta una historia cualquiera de amor y de humor, como las últimas que han desfilado por la deprimida pasarela del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), y el floreciente pero aún restringido, caudal de la filmografía autónoma que se despliega en esta isla. Su asunto de fondo, es nuestra sobrevida, y queda expuesto de forma singular, a la mirada pública más crítica o ingenua, desde la desnudez de algunos personajes que se interconectan, a merced de aquellos sentimientos más sublimes y enigmáticos. A ellos los liga el hecho de hallarse implicados, en una realidad donde la frustración y el desaliento, marcan el ritmo de toda una época.
Creo que estamos en presencia de una obra que denota madurez y compromiso intelectual y ético, puesto que ha sido capaz de abrir nuevos espacios para la comprensión humana. A diferencia de otros filmes, donde el conflicto de los egos, la prisa y las múltiples carestías materiales, con las que tienen que lidiar habitualmente, no solo los cineastas cubanos, sino su público esencial; Jorge Perugorría ha conseguido de su elenco, una encarnación en las temáticas fundamentales, de los últimos quinquenios grises, pardos y negros, que han dejado en bancarrota a gran parte de la sensibilidad de las cubanas y cubanos.
En buena medida, adjudico este éxito, a la justa mixtura entre los veteranos de la actuación, sin subestimar el medio en que se han desempeñado antes; con artistas de nueva inserción en el espectro representativo, del cine cubano post novísimo. El binomio concertado con exquisitez, ternura y elocuencia, entre Dailenys Fuentes y Yuliet Cruz, dos grandes amigas por lo menos en, Se vende, a pesar de sus historias desiguales; las cuales asumen de forma convincente, los nombres y las almas de Nácar y Pilar, para intentar sobrevivir en comunión estrecha, a la debacle de los sueños nacionales, a la soledad heroica del ser cubano, y a la tortura incandescente de habitar en una isla donde los aniversarios, pareciera que transcurren en retrospectivas.
Son Nácar y Pilar dos alusiones a la purificación y la audacia. Dailenys y Yuliet en forma sucesiva, dos nuevas heroínas de nuestra cinemateca actual, que ya revitalizan una tradición notable y universalizada por algunos nombres entre los que sobresalen, Mirtha Ibarra y Beatriz Valdés, divas por excelencia del séptimo arte latinoamericano; por cierto, la primera, diserta en esta cinta al figurar en un espacio imaginario de ultratumba, con un sentido tierno, desprejuiciado y yo diría también, profético, cuando representa en el papel de la progenitora de Nácar, a una suerte de mami nacional e histórica, a una madre que descuella desde la raíz misma de la Patria.
Considero que los diálogos de la película, pudieron matizarse con otras semblanzas inherentes a sicologías distintas u otros temperamentos de la cubanidad, lo que sin dudas podría haberle conferido un sustrato más trascendental, más comunicativo con las diversas y complejas realidades de este mundo; tal vez se limitaron un tanto a discernir sobre la vox populi y en su intención, desperdiciaron algunos contrastes reflexivos, que aunque se hallen en franca minoría en el país, son indicadores de la diferencia. No me agradaron tampoco algunos planos reiterados, en los que se explayan similares escenas, sobre la infinita fotogenia de La Habana, y el viaje del cosmos macroscópico al cosmos sutil.
En cambio debo subrayar el fino uso de la simbología, que lleva a los protagonistas, en una cuerda floja casi todo el tiempo sin desequilibrarse. La carrera de los hombres con los cubos de agua sobre sus cabezas, la cola interminable de la gente, para comprar los ajuares de una parca que se agota, como si fueran alimentos, calzados y vestidos primordiales. El dedo inquisidor de un padre que se muere tan profundamente, que al ser desenterrado reaparece en calidad de momia adicta a las galerías. Ayuda a pensar a los cinéfilos, la osada decisión de una joven mujer llamada Nácar, que tiene la necesidad de poner a la venta, la bóveda de su familia, porque el espíritu de su mamá, experta en los misterios de la supervivencia, se lo suplica: “-Lo importante es estar vivos, si tenemos que sacrificar a los muertos para darles de comer a los vivos, lo haremos…” Este mensaje se replica varias veces en la obra, en la voz y el corazón de la siempre genial Mirtha Ibarra. Y es un extraordinario ruego que inspira el crecimiento de su hija, así como el impulso o la resolución punzante, con el propósito de llegar a un punto en que el dolor y la angustia que produce la existencia, no la mantenga secuestrada en un laboratorio. La exhortación de su madre es un bravo a la vida y al descubrimiento del amor.
Lo esencial de este filme es que a pesar de que empieza en las nubes, y termina con un cuadro que se enfoca en la necrópolis más grande y frecuentada de todas las que puedan coexistir en Cuba; no es una apología de la muerte su guión, sino una nueva perspectiva rumbo a la verdad, y más que nada desde el centro de la vida. De Jorge Perugorría debo reconocer las virtudes de un hombre que ha nacido para el bien del cine. En Fresa y chocolate nos iluminó con Diego, un artista tan incomprendido y culto como homosexual; ahora vuelve a las salas con un heterosexual, también artista y formidable en su arquetipo de Noel, al cual suma la proeza de escribir y dirigir.
La banda sonora que anima esta película, cumple a mi juicio, la difícil encomienda de dotar de alas, a cada una de las imágenes que se proyectan irónicas o propensas al sarcasmo, eróticas, lujuriosas o románticas, patéticas, lúdicas y en fin, meditativas; durante el tiempo que transcurre la obra. Tiene un apreciable pluralismo, que resulta muy hábil en combinar, las melodías clásicas con las más populares, la armonía de alto vuelo poético con los ritmos cotidianos. Resalto en este acápite, la vuelta del mejor Carlos Varela con el tema elegido para el cierre; al renovado y versátil Polito Ibáñez con su aguda mezcla; además de “Los Van Van”, que siguen conectando como excepcional orquesta, con el inagotable espíritu bailador de esta nación.
Es archiconocido que en asuntos de negocios, nadie compra lo que no se vende, nadie vende lo que no se anuncia y, suele venderse peor lo que se anuncia mal, que aquello que se ha promovido con inteligencia, belleza y bondad; pero Se vende, tiene el encanto de atraer al público, porque ayuda a que pensemos más desprejuiciados, sobre el profundo misterio del amor, la muerte, la amistad y la supervivencia. Permite hacer conscientes a los espectadores, de que no todo lo que en este mundo irrumpe en el mercado, se vende o se subasta, tiene garantías de ser valedero.
Recalco dos escenas memorables que son protagonizadas por Dailenys Fuentes. En ambas, una chica con nombre de jabón o sustancia iridiscente de las caracolas, o sea, Nácar; emite sendos gritos magistrales que retumban en los tímpanos de los escenarios múltiples de nuestra Isla y su Diáspora, más allá de la histeria o la impotencia. Cabe la posibilidad de que se intuya en ellos, que el eco de algún personaje angustioso, salido de la eximia paleta del noruego Edvard Munch, haya rebotado por azares en la Cuba de hoy; y una vez que encalló en sus ardorosas playas, pudo ser capaz de transformarse en un enérgico espasmo, que suelta con urgencia sus clamores, a la madre divina de toda la Creación.
Maikel Iglesias Rodríguez (Pinar del Río, 1980)
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.