jueves, 9 de enero de 2014
El audiovisual cubano, un fenómeno abarcador e inclusivo
Desde hace cerca de dos años persigo a Fernando Pérez con el fin de que me hable de su próxima película. Coincidentemente acabo de leer una nota sobre La pared (sic), esa cinta que todos esperamos y me llamaron la atención algunas afirmaciones.
Finalmente en los primeros días del 2014 tuve más suerte para que mi vecino y amigo, autor de cintas emblemáticas -Madagascar, José Martí: El ojo del canario, Suite Habana- me aclarara algunos conceptos.
¿Por qué se afirma que has hecho tu primer filme independiente?
Porque lo es. Pero habría que definir primero qué entiendo por cine independiente en Cuba hoy. Este fenómeno (que todavía no me atrevo a definir como movimiento –aunque ya está muy cerca de serlo) existe y se ha venido manifestando en nuestra realidad desde finales de los noventa y ha tomado mucho más auge desde inicios de este siglo.
Hay varias razones para ello: el avance de la tecnología digital (que permite un acceso más abierto y menos selectivo a los medios necesarios para realizar una película); la necesidad de encontrar formas de producción mucho más flexibles y dinámicas que las establecidas por la industria y, la última pero quizás la primera, la audacia, pasión y riesgo con que cineastas fundamentalmente jóvenes han abierto caminos -como en la canción de Pablo Milanés- quebrando moldes, poniendo en práctica soluciones de producción bien imaginativas, filmando sin esperar por nada o por nadie.
Hay que tener en cuenta también que el cine es una actividad atípica, casi imposible de normar –o parametrar. Y nuestro sistema económico actúa con frecuencia como una camisa de hierro, como un freno paralizante. Esa discusión la ha sostenido durante mucho tiempo el propio ICAIC con instancias superiores, pero sin resultados concretos.
Recuerdo que incluso Camilo Vives (a quien el cine cubano le debe un reconocimiento que nunca tuvo en vida) avizoró con su luz larga la necesidad de cambios y propició la realización de Tres veces dos, un proyecto de jóvenes que se produjo en el 2003 con métodos bien flexibles y originales.
En ese momento señalé en una entrevista a este filme como un ejemplo de cine “independiente” y algún funcionario del propio ICAIC se mostró cauteloso ante esa definición. Evidentemente existe una mentalidad que no desayuna con esa palabra, pero la definición es lo menos importante. Puede llamarse independiente, autónomo, digital (o inapropiadamente “cuentapropista”, como lo definió alguno jocosamente).
Lo verdaderamente significativo es que el fenómeno existe porque la vida lo ha determinado y la vida es un río que sigue su curso indetenible porque, misteriosamente, sabe a dónde va.
Y lo que ese caudal está demostrando es que ya no podemos hablar únicamente de cine cubano, sino del audiovisual cubano, fenómeno mucho más abarcador e inclusivo –y en la cresta de esa ola está la modalidad de cine independiente. Porque el cine independiente es justamente eso: una modalidad, una forma distinta de hacer que puede convivir con la industria.
Soy de los que piensa que hacer cine independiente (y lo reafirmo) no es tratar de borrar toda una historia, que es la del mejor ICAIC. De hecho, creo que muchos jóvenes anhelan la experiencia de trabajar con un ICAIC renovado, dinámico, con otras perspectivas que no sean las de la rutina, que es lo que más ha dañado la relación de esa institución con los jóvenes. Un ICAIC abierto, también, a la diversidad.
Y no es solo el ICAIC: el país necesita espacio para los jóvenes, para que transformen lo que se tiene que transformar desde sus ideas y no desde lo que otras generaciones pensamos que ellos deben hacer.
¿Qué relación has tenido con el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC, para rodar esta película?
No pensaba nunca jubilarme, pero lo hice el año pasado (a mis 68 años) para poder participar coherentemente en el rodaje autónomo de La pared de las palabras. Me planteé no utilizar la infraestructura del ICAIC y sólo alquilar ocasionalmente algunos de sus servicios –que fueron mínimos. Del ICAIC únicamente pedimos el apoyo en la autorización y los permisos para filmar en determinados lugares. Y siempre lo tuvimos.
Dos años atrás el director Alejandro Gil estrenó su ópera prima La pared ¿no te preocupa repetir el nombre?
No. Te reitero: las denominaciones, clasificaciones, identificaciones son, para mí, lo menos importante. Al igual que con la anécdota que te conté más arriba sobre los prejuicios y cautela para definir el cine independiente, un título no es lo único que define a una película.
Lo importante es la película en sí misma, su propia personalidad, su existencia única. La pared es un filme muy personal de Alejandro, como La pared de las palabras espero que sea un filme muy personal mío. En cuanto a las coincidencias, existen muchísimas. Hay un magnífico dibujo animado norteamericano que se titula Madagascar.
Jorge Perugorría es el protagonista, ¿también aportó el argumento?
Jorge es el protagonista y también uno de los productores de la película. Pero el argumento y el guión los aportó la escritora Zuzel Monne (que también es vecina de Pichi). Ambos me llamaron hace dos años para proponerme que dirigiera ese proyecto.
Y se los agradezco infinitamente porque nunca pensé abordar un tema como el que narra la película. El guión está basado en un cuento original de Zuzel y hay mucho de sus experiencias personales en la historia (y a partir de mi incorporación, también hay muchas vivencias mías). Zuzel ha sido una colaboradora esencial y debo agradecerle también su confianza al permitirme desarrollar el proyecto durante el rodaje en plena libertad.
¿De qué trata?
No quisiera contar la historia. El tema trata de expresar el conflicto de una familia que deviene disfuncional porque uno de sus miembros es discapacitado.
¿Cuándo podré ver la primera copia y hacerte la entrevista?
No sé. Pero seguro será en este año 2014.
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La pared de las palabras