Por: Susadny González Rodríguez
El Parque de la Fraternidad y sus entornos son coprotagonistas de la película, que deberá estrenarse el año próximo. |
Desde agosto pasado, tal como se ha publicitado sobremanera, gracias a esa suerte de atracción invariable que desata su persona, el popular actor Jorge Perugorría parece abocado a saldar una inquietud profesional: construir una historia cinematográfica a partir de un personaje. Que tampoco es un simple personaje, ni mucho menos cualquier historia.
Justo cuando se cumplen 20 años de Fresa y Chocolate, aquel filme que arremetía contra la intolerancia en la Cuba crispada de 1993, el Pichy se afana en demostrar —como entonces lo hicieron Tomás Gutiérrez-Alea y Juan Carlos Tabío— que el cine debe insertarse en la dinámica de cambios que vive la isla.
Aunque la trama de Fátima o El Parque de la Fraternidad (título de producción) discurre por caminos inherentes al ser humano, se concentra en una especie de viaje interior al pasado de Fátima, cuando era el niño Miguelito. Basado en el cuento homónimo que le valió al escritor Miguel Barnet el Premio Juan Rulfo (2006), el guion de la cinta se le debe a Fidel Antonio Orta, para quien la traducción visual constituyó toda una fiesta.
La condición de travesti, diría el guionista, “hace de Fátima un mágico toque de distinción. Quien se le acerque hallará a un hombre que se siente mujer en toda la extensión de la palabra, y es ahí donde radica la fuerza dinámica de su personalidad. Por un lado es cubanísima, soñadora y esplendorosa; pero por otro lado, dada la severidad de su vida, es una persona triste, solitaria y paradójica”.
El personaje, exquisitamente delineado desde las letras, confluye con el Diego —sacado de las páginas de El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz— que catapultó a la fama a Perugorría y junto con la película, a los Premios Oscar. Sin embargo, a diferencia de Diego, Fátima no se marcha de Cuba, quiere cambiar las cosas desde adentro, “con esas ganas de vivir, cargada de energías positivas con las que enfrenta todos los problemas que se le pueden presentar a un homosexual que vive en una sociedad machista como la cubana”, declaraba en una entrevista el responsable de los largometrajes Amor crónico y Se vende.
“Lo que más me interesa de Fátima y lo que creo que pueda ser diferente de otras películas cubanas que han abordado el tema gay, es que este es un personaje de un optimismo desbordante, que alimenta su autoestima para enfrentar los problemas”.
Quien ya descubrió a esta diva a través de la lectura comprenderá por qué el actor Enrique Almirante asume el protagónico como un punto de giro, el culmen de los roles que ha interpretado en la gran pantalla. Y conste que respetados directores le han permitido desdoblarse en filmes como Madrigal (2007), Ciudad en Rojo (Rebeca Chávez, 2009), Lisanka (Daniel Díaz Torres, 2009) o El Ojo del Canario (Fernando Pérez, 2010). Incluso el autor de Suite Habana ya lo convocó para su primera película independiente, La Pared de las palabras.
En su caso el desafío de representar el vía crucis de esta estrella de carne y hueso, que, según la entiende Almirante, “siente y padece, sufre, se enamora, requirió de un intenso trabajo de mesa, bajar unas cuantas libras, mucha documentación, actitud para practicar el canto y el baile, y noches en espectáculos de travestismo, descubriendo poses y gestos” que le permitieran alejarse de lo caricaturesco y sobrellevar la dualidad de un personaje real.
Si bien el filme se sustenta prácticamente sobre el desempeño del joven, Perugorría apela al histrionismo de otras figuras: Broselianda Hernández, Néstor Jiménez, Tomás Cao, Mario Guerra y Mirtha Ibarra. Además, el Parque de la Fraternidad deviene coprotagonista, testigo de un relato sobre el respeto a la diferencia, sobre la vida y las maneras de afrontarla.
Justo cuando se cumplen 20 años de Fresa y Chocolate, aquel filme que arremetía contra la intolerancia en la Cuba crispada de 1993, el Pichy se afana en demostrar —como entonces lo hicieron Tomás Gutiérrez-Alea y Juan Carlos Tabío— que el cine debe insertarse en la dinámica de cambios que vive la isla.
Aunque la trama de Fátima o El Parque de la Fraternidad (título de producción) discurre por caminos inherentes al ser humano, se concentra en una especie de viaje interior al pasado de Fátima, cuando era el niño Miguelito. Basado en el cuento homónimo que le valió al escritor Miguel Barnet el Premio Juan Rulfo (2006), el guion de la cinta se le debe a Fidel Antonio Orta, para quien la traducción visual constituyó toda una fiesta.
La condición de travesti, diría el guionista, “hace de Fátima un mágico toque de distinción. Quien se le acerque hallará a un hombre que se siente mujer en toda la extensión de la palabra, y es ahí donde radica la fuerza dinámica de su personalidad. Por un lado es cubanísima, soñadora y esplendorosa; pero por otro lado, dada la severidad de su vida, es una persona triste, solitaria y paradójica”.
El personaje, exquisitamente delineado desde las letras, confluye con el Diego —sacado de las páginas de El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz— que catapultó a la fama a Perugorría y junto con la película, a los Premios Oscar. Sin embargo, a diferencia de Diego, Fátima no se marcha de Cuba, quiere cambiar las cosas desde adentro, “con esas ganas de vivir, cargada de energías positivas con las que enfrenta todos los problemas que se le pueden presentar a un homosexual que vive en una sociedad machista como la cubana”, declaraba en una entrevista el responsable de los largometrajes Amor crónico y Se vende.
“Lo que más me interesa de Fátima y lo que creo que pueda ser diferente de otras películas cubanas que han abordado el tema gay, es que este es un personaje de un optimismo desbordante, que alimenta su autoestima para enfrentar los problemas”.
Quien ya descubrió a esta diva a través de la lectura comprenderá por qué el actor Enrique Almirante asume el protagónico como un punto de giro, el culmen de los roles que ha interpretado en la gran pantalla. Y conste que respetados directores le han permitido desdoblarse en filmes como Madrigal (2007), Ciudad en Rojo (Rebeca Chávez, 2009), Lisanka (Daniel Díaz Torres, 2009) o El Ojo del Canario (Fernando Pérez, 2010). Incluso el autor de Suite Habana ya lo convocó para su primera película independiente, La Pared de las palabras.
En su caso el desafío de representar el vía crucis de esta estrella de carne y hueso, que, según la entiende Almirante, “siente y padece, sufre, se enamora, requirió de un intenso trabajo de mesa, bajar unas cuantas libras, mucha documentación, actitud para practicar el canto y el baile, y noches en espectáculos de travestismo, descubriendo poses y gestos” que le permitieran alejarse de lo caricaturesco y sobrellevar la dualidad de un personaje real.
Si bien el filme se sustenta prácticamente sobre el desempeño del joven, Perugorría apela al histrionismo de otras figuras: Broselianda Hernández, Néstor Jiménez, Tomás Cao, Mario Guerra y Mirtha Ibarra. Además, el Parque de la Fraternidad deviene coprotagonista, testigo de un relato sobre el respeto a la diferencia, sobre la vida y las maneras de afrontarla.
Fuente: Sitio de la UNEAC