Carina Pino-Santos • La Habana
El impecable ataúd recién pintado nos sirve de mesa mientras reímos sobre el límpido cristal de la tapa, tras el que puede verse inerte al difunto. Al rato traen café al fondo de unos largos vasos. Lo saboreamos a la par que nos divertimos con la simpática chanza del proyectado entierro que se efectuará, en medio de una gran colección de semejantes, el día 1 de abril de este 2006 en el antiguo Convento de Santa Clara, ceremonia a la que asistirán los mejores artistas plásticos del país, la prensa extranjera y todo un multitudinario público entusiasmado.
Una caja mortuoria, sin corona de flores, está cubierta por un sudario transparente y a su lado, en un atril, la despedida de duelo. Se trata de un sepelio peculiar. Su originalidad no radica precisamente en quien le rinde postrera dedicatoria, aunque ciertamente sea uno de los actores más famosos en el mundo de habla hispana de hoy: Jorge Perugorría. Más bien se debe al personaje al que le ha rendido tributo póstumo con su obra, así como el significado de este acto único: se trata del Good bye a Rocco, o para decirlo con más claridad, el último adiós del afamado cubano al refrigerador que conformó la escenografía y que fue un acento dramatúrgico más dentro del guión de la mítica película Fresa y chocolate. A la vez, el actor realiza, además de una obra plástica, una cita autoreferencial pues le otorga paralelamente un sentido de ofrenda muy personal y emotiva al cine cubano, del cual ya forma parte ineludible.
Hace un lustro el popular intérprete comenzó a darse a conocer como pintor y a figurar en la programación de exposiciones de la capital cubana. La crítica debió sentirse emplazada por ello. Ahora, mucho más afín y coherente a su trayectoria, ha realizado una obra que homenajea al mejor cine cubano y que también lo interrelaciona con su propio quehacer como creador individual en el campo de la actuación. Un viaje, por razones de trabajo, a El Salvador, le impidió, eso sí, realizar el performance con el que daría su abur a Rocco, por lo que no será ya posible esa cobertura inusual, ese acto que el artista se planteara en un inicio y que refiere a continuación en esta entrevista. Su despedida de duelo, sin embargo, se hallará a modo de partitura conclusiva al lado de Rocco.
Esta obra de Perugorría se halla, junto a otro medio centenar, en la más importante exposición colateral de la IX Bienal de La Habana, que constituye un suceso para la historia del arte del nuevo milenio. Manual de instrucciones, una muestra colectiva preparada por Mario Miguel González, Mayito, creador y promotor de arte, está integrada por 51 artistas plásticos cubanos que han creado sus obras de arte sobre, a partir de y en refrigeradores de los años 40 y 50, efectos electrodomésticos de marcas que ya desaparecieron en el mundo, pero que aquí continúan funcionando, a veces de forma agónica, en ocasiones como búnkeres, o cual simples sobrevivientes que perecerán ante la inminencia de su cambio por otros de menor gasto energético y que, para finalizar, pero no por ello menos trascendente, siguen trabajando cual aparatos imprescindibles, aún con sus motores rugientes, en la inmensa mayoría de las viviendas cubanas.
Entre risas, un fuerte café y ante la presencia ya difunta de Rocco en su reluciente caja mortuoria, Jorge Perugorría estableció con naturalidad insospechada una conversación en entrevista muy exclusiva no solo por el entrevistado sino porque fue grabada sobre un “ilustre” sarcófago.
¿Puede decirme cuál es el concepto que le animó a realizar este refrigerador féretro?
La obra se llama Good by Rocco, porque cita al refrigerador que usamos en la película Fresa y chocolate.
Verdaderamente es un juego. Es una pieza concebida para hacer un performance e interactuar con el público a modo de metáfora de la sacralización del objeto: el objeto muere, pero no muere sino que se transforma en otra cosa, en una obra de arte, empieza a vivir en otra dimensión. Es un homenaje también a Titón, a Juan Carlos, al cine cubano, a las películas que he hecho.
Cuando Mayito me habló para hacer la obra, mi primera idea fue pintar el refrigerador, pero después pensé que era mejor hacer una obra que tuviera que ver más con mi vida como artista en general, que involucrara mi relación con el cine, con la plástica, pero haciendo un performance y convirtiéndolo en escultura. Aparte del refrigerador que se transforma en un sarcófago también desearía hacerle una despedida de duelo que se leería, citando aquella que hizo Titón en la Muerte de un burócrata —espero no enterrarlo con su carné laboral para no pasar los mismos trabajos para recuperarlo después.
¿Es el mismo refrigerador que aparecía en el filme?
Sí, el mismo. Lo negocié con el dueño. Es un juego con el trabajo mío en el cine, es un homenaje, un guiño a esos directores que significado tanto en el cine cubano y que han sido determinantes en mi carrera y han influido en lo que soy.
¿Tiene que ver el entierro de Rocco con el fin de una etapa o del mito de un filme como Fresa y chocolate?
No. Creo que, al contrario, más que hablar de un entierro se trata de un nuevo inicio. No es una obra que pretende hablar de algo que termina, sino de algo que comienza a vivir en una nueva dimensión, en el plano de las ideas, en el mundo del arte. Una de las cosas que me motivó a hacerlo era eso, todo lo vamos a hacer con el humor criollo que ha caracterizado esas mismas películas de las que hemos hablado, en plan de broma, de divertimento, de performance, donde vamos a tratar de burlarnos un poco de todas esas cosas. La idea era hacer algo más que una despedida de duelo seria y ceremoniosa, en plan de broma.
Muchos se preguntan cómo un actor que ya se halla en una etapa de madurez de pronto se inicia en las artes visuales, en una especialidad a la que se llega luego de una trayectoria, de un trabajo por lo general intenso.
Verdaderamente para mí la aparición de la pintura como otro modo de expresarme es un resultado de mi trayectoria en el cine. Creo que tiene que ver con el arte posmoderno, de encontrar otras formas, con el artista de hoy que echa mano a todo lo que tiene a su alcance a la hora de transmitir y de comunicarse con el público y el espectador. Es resultado de esto. Cada vez es más común ver músicos que publican libros, o que pintan; actores que dirigen y pintan, o que hacen música. Es consecuencia también de que de muchacho siempre me gustó la pintura, lo hice siempre de niño, lo había dejado de hacer y lo retomé con el devenir de los años.
¿Desde hace cuánto se dedica al arte?
Desde el año 2000 en que hice mi primera exposición en la SGAE. Y de ahí para acá ha sido tremendo ya que me he ido creando como un compromiso profesional, porque verdaderamente regresé a la pintura pero como vocación, como hobby.
Cuánto tiempo puede dedicar un actor, al que se le exige tanto desde el punto de vista de su labor en filmaciones, a la producción de arte y a la pintura abstracta, que es la que más usted cultiva.
El mismo tiempo que uno le dedica a la película. O sea, el cine tiene un concepto de industria, tiene horarios, se trabaja mucho, consume mucho tiempo; pero del ser humano son las mismas inquietudes o motivaciones las que te llevan a pararte delante de una cámara o delante de un lienzo vacío.
¿Cómo entrelaza, desde el punto de vista de la creación plástica, lo que le aporta su conocimiento del cine a la hora de expresarse por medios específicos de la plástica? ¿Existe una interrelación?
Sí, como no. Al final termina siendo un ajiaco. Todo eso forma parte de uno, se reciclan todas las experiencias, tanto las que he tenido en el cine y las que he tenido en la pintura como las que voy adquiriendo en los documentales que he podido dirigir o codirigir. Creo que al final todo tiene que ver y todo lo vivido de alguna manera aflora en las ideas de uno tanto en una cosa como en la otra.
He tenido también la suerte de haber viajado mucho, a través del cine, por diferentes lugares, culturas. He visto mucho. Y creo que la pintura para mí es un poco la digestión de todo lo vivido gracias al cine.
¿Ha tenido alguna guía o academia?
He tenido una relación con artistas plásticos cubanos. Compartir momentos con ellos también significa transmitir experiencias, hablar de ideas y criterios en relación con el arte.
Hay personas que han sido determinantes en mi retorno a la pintura, como el caso del director español Bigas Luna, que es un cineasta y también es un artista que pinta. Ha hecho muchas exposiciones y me ayudó, despertó en mí esa vocación.
Sobre todo, yo era muy curioso. Hice el personaje de Goya en la película Volaverunt con Bigas Luna, y durante ese proceso en que estaba pintando las telas para que la cámara me tomara, él me decía: “Pero tú tienes unos trazos muy buenos, con mucha fuerza, ¿por qué no aprovechas eso?” Yo le hablé que de niño había pintado y que me gustaba. Y él me dijo que lo retomara, que le habían gustado las figuras que hice. Incluso cogió los lienzos que usé en la película y me dijo: “Me los voy a llevar de recuerdo.”
También tengo que hablar de pintores cubanos, como el caso de Cutty, quien fue uno de los que me entusiasmó mucho para que hiciera mi primera exposición, que fue determinante. Ahí fue que creé ese compromiso y dije: “puedo y voy a seguir”. Empecé a plantearme las cosas con un poco más de rigor.
Volviendo a Goya, que es una de las grandes figuras de la historia del arte, ¿hasta qué punto pudo un actor como usted lograr el estudio de la obra de Goya y hasta dónde le influyó como motivación para crear como artista plástico?
Tuve la suerte de que, al prepararme para el personaje de Goya, fui a Fuendetodos, que es el pueblecito donde nació, e incluso a Zaragoza, a conocer a grandes estudiosos que me hablaron de toda su obra. He visto casi todo lo que Goya hizo. Para muchos él es el creador de la pintura moderna, una figura fundamental para el arte contemporáneo, y sin dudas creo que vivir esa experiencia fue una gran motivación.
Me pregunto si todos estos aportes, desde el punto de vista del trabajo con las artes visuales, a su vez le motivarían a hacer un cine en el que la plasticidad del filme tenga importancia.
De hecho ya lo hice con los documentales que he dirigido. Empecé con el que hice junto a Arturito, sobre Habana Abierta, que era un documental más testimonial y contaba con una narrativa más formal. Pero las otras experiencias que he tenido —Iré Habana, el documental que hice a José María Vitier junto a Alderete, y Santiago y la virgen en la fiesta del fuego, el último que acabo de hacer— son dos documentales que verdaderamente se sustentan en la imagen y donde le he dado a esta más importancia. La propia dramaturgia de estos documentales está en función de la imagen y la música.
Creo que cada vez va teniendo más peso en mí esa mirada y ese poder de síntesis que al final es al que uno aspira en cualquier arte, sobre todo en la pintura. Sin dudas, seguramente me lanzaré a contar alguna historia, a hacer algún largometraje de ficción, y seguro la imagen tendrá un peso importante a la hora de contar y de narrar las historias que me interesen.