M. J. Muñoz • La Habana
Fotos: Nadia
Fotos: Nadia
Asumir los más disímiles personajes, lo mismo el mítico homosexual de Fresa y Chocolate, el Goya de Volavérunt, que el ciego de Lista de Espera... hasta cerca de 36 películas en poco más de 10 años, resulta un buen average para cualquier actor. Intenso ha sido el itinerario de aquel muchacho del Wajay que alguna pensó en ser médico.
Sin duda, a sus 40 años (13 de agosto de 1965) recién salidos del horno, Jorge Perugorría es la cara del cine cubano más conocida de todos los tiempos. Trabajo le costó. Cerca de dos décadas han pasado desde que Pichi, como lo llaman sus amigos, anduviera las aulas del Politécnico José Martí, “donde conocí a Elsita, mi compañera y la madre de mis hijos; entonces trabajábamos de artesanos para darnos el lujo de hacer teatro, no teníamos salario”.
Cuatro años compartió con la tropa de Humberto Rodríguez hasta que pasó a formar parte del grupo Arte Popular, dirigido por Eugenio Hernández Espinosa, bajo cuya batuta fue evaluado como actor profesional. Luego inauguró Teatro Caribeño. Y trabajó con directores de la talla de José Milián, Nelson Dor, Tomás Piard y Pedro Ángel Vera, “con quien interpreté La perra vida, una de las mejores cosas que hice”. También compartió las tablas con el grupo Rita Montaner y participó en la fundación de Teatro El Público.
Antes tuvo una “experiencia extraordinaria” con su director, Carlos Díaz, quien hizo una selección de actores para montar la trilogía de teatro norteamericano: Zoológico de cristal, Té y simpatía y Un tranvía llamado deseo, “lo más importante que me sucedió en todos esos años de teatro”.
No contabas apenas con preparación teórica…
Así fue, no alcanzaba el tiempo. Humberto nos enseñaba, siempre nos motivó para que estudiáramos Stanislavski y nos daba cursos de preparación e interpretación. Después, con todos esos directores, aprendí un poco más sobre la marcha.
No contabas apenas con preparación teórica…
Así fue, no alcanzaba el tiempo. Humberto nos enseñaba, siempre nos motivó para que estudiáramos Stanislavski y nos daba cursos de preparación e interpretación. Después, con todos esos directores, aprendí un poco más sobre la marcha.
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¿Cómo llegas al personaje de Diego?
Estaba haciendo televisión, lo más importante fue Shiralad, en el espacio de Aventuras. Mirtha Ibarra, que trabajaba en la serie, me dijo que Titón (Tomás Gutiérrez Alea) estaba haciendo el casting para Fresa y Chocolate. Le conté que el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) no me había llamado. Llevaba años haciendo teatro sin una posibilidad seria en el cine. Ya pensaba que mi carrera se limitaría al teatro. Tenía 26 años.
“De visita en la UNEAC, corría un Festival de Cine, Mirtha me presentó a Titón. Él me dijo que fuera a hacer la prueba. Le expliqué que no me habían invitado. Me respondió que se encargaría de que me citaran. Y así fue. Cuando me presenté iba pensando en el personaje de David. Conocía el cuento de Senel Paz y creí que era con el que más posibilidades tendría.
“Titón me explicó que andaba buscando a Diego. Aquello me cayó como un jarro de agua fría. Porque siempre pensé que un personaje tan complejo se lo darían a uno de esos monstruos del cine cubano como Adolfo Llauradó, Carlos Cruz… Ensayé con Carlos Díaz que generosamente me montó la escena, a pesar de que él también se había presentado para el personaje. Unos días después me aprobaron. Llegaron a mi casa para decírmelo y entregarme el guión. Y comenzó todo.”
¿Qué significó para ti el trabajo con Titón?
Me marcó como artista y como persona. Trabajó conmigo como si yo fuera un muchacho de la escuela de arte. Me mandaba tareas como actor, desde hacer la biografía, orientarme en la caracterización del personaje, hasta presentarme a personas con las características que pensaba él debía tener Diego. Empecé a trabajar con ellos. Y con un poco de cada uno lo armé.
“Pero su influencia no fue solo a la hora de componer el personaje y hacer la película. Lo acompañé a muchos lugares y eso fue una escuela. Verlo defender sus ideas. Así logré entenderlo más. No puedo negar su influencia en mí. Creo que mi generación fue tocada por su cine y por todas las ideas que generó su obra.
“Y hablamos de él, pero también fue fundamental Juan Carlos Tabío, codirector de la película. Su talento en el trabajo con los actores fue indispensable. Experiencia que tuve la suerte de repetir en Guantanamera, que la dirigieron juntos los dos, luego en Lista de espera, y que espero volver a repetir, porque considero un lujazo trabajar con Juan Carlos.”
Estaba haciendo televisión, lo más importante fue Shiralad, en el espacio de Aventuras. Mirtha Ibarra, que trabajaba en la serie, me dijo que Titón (Tomás Gutiérrez Alea) estaba haciendo el casting para Fresa y Chocolate. Le conté que el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) no me había llamado. Llevaba años haciendo teatro sin una posibilidad seria en el cine. Ya pensaba que mi carrera se limitaría al teatro. Tenía 26 años.
“De visita en la UNEAC, corría un Festival de Cine, Mirtha me presentó a Titón. Él me dijo que fuera a hacer la prueba. Le expliqué que no me habían invitado. Me respondió que se encargaría de que me citaran. Y así fue. Cuando me presenté iba pensando en el personaje de David. Conocía el cuento de Senel Paz y creí que era con el que más posibilidades tendría.
“Titón me explicó que andaba buscando a Diego. Aquello me cayó como un jarro de agua fría. Porque siempre pensé que un personaje tan complejo se lo darían a uno de esos monstruos del cine cubano como Adolfo Llauradó, Carlos Cruz… Ensayé con Carlos Díaz que generosamente me montó la escena, a pesar de que él también se había presentado para el personaje. Unos días después me aprobaron. Llegaron a mi casa para decírmelo y entregarme el guión. Y comenzó todo.”
¿Qué significó para ti el trabajo con Titón?
Me marcó como artista y como persona. Trabajó conmigo como si yo fuera un muchacho de la escuela de arte. Me mandaba tareas como actor, desde hacer la biografía, orientarme en la caracterización del personaje, hasta presentarme a personas con las características que pensaba él debía tener Diego. Empecé a trabajar con ellos. Y con un poco de cada uno lo armé.
“Pero su influencia no fue solo a la hora de componer el personaje y hacer la película. Lo acompañé a muchos lugares y eso fue una escuela. Verlo defender sus ideas. Así logré entenderlo más. No puedo negar su influencia en mí. Creo que mi generación fue tocada por su cine y por todas las ideas que generó su obra.
“Y hablamos de él, pero también fue fundamental Juan Carlos Tabío, codirector de la película. Su talento en el trabajo con los actores fue indispensable. Experiencia que tuve la suerte de repetir en Guantanamera, que la dirigieron juntos los dos, luego en Lista de espera, y que espero volver a repetir, porque considero un lujazo trabajar con Juan Carlos.”
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¿Qué le debes a Diego?
Permitirme expresar una serie de ideas que como joven cubano pensaba que era hora de plantear en un escenario, en una pantalla. Cuando hacíamos la película sabíamos que por medio de Diego aportaríamos un granito de arena a la madurez de la sociedad cubana. Esa era una gran motivación, hicimos la película con tremendas ganas de ser escuchados.
¿Cuán difícil resultó interpretar el papel de un homosexual en una sociedad tan machista como la cubana?
Imagínate. Elsita y yo teníamos dos hijos. Vivíamos en Lawton. Estaban todos los aseres y socios del barrio... He vivido en lugares donde el machismo es parte del día a día. Y sabía que eso iba a traerme problemas. Pero me era indispensable hacer el personaje, y eso se imponía al qué dirán. Creo que el artista debe rebelarse ante los prejuicios y dogmas que plantea la sociedad.
Indiscutiblemente, La Habana es otro de los grandes personajes de la película, ¿qué aprendiste de ella?
Hasta ese momento era el escenario de mi vida, pero no reparaba en ella. Titón me llevaba a buscar locaciones y hablaba de sus maravillas arquitectónicas. Se paraba, miraba los edificios, sufría porque se pudieran perder. ‘Hay que hacer algo’, decía. Y ese amor, ese compromiso con la ciudad, lo aprendí de Titón y Diego.
¿Cuáles son las tesis trascendentales de la película?
Es un canto a la tolerancia desde el respeto, alejados de la negación y del rencor. La película deja claro que podemos ser cubanos, diferentes, y compartir y luchar por nuestra Isla. Otro es el respeto a la diferencia, pero no solo hacia los homosexuales, sino hacia todo aquel que piense diferente a uno. Tienen el mismo derecho de contar con un espacio en nuestra sociedad y de aportar lo mejor de sí para Cuba. Importante además es el mensaje de ese abrazo de reconciliación que se dan Diego y David. Creo que es de los momentos trascendentales del cine cubano.
Estás haciendo documentales, ¿no aparecen nuevas propuestas como actor o estás experimentando?
Permitirme expresar una serie de ideas que como joven cubano pensaba que era hora de plantear en un escenario, en una pantalla. Cuando hacíamos la película sabíamos que por medio de Diego aportaríamos un granito de arena a la madurez de la sociedad cubana. Esa era una gran motivación, hicimos la película con tremendas ganas de ser escuchados.
¿Cuán difícil resultó interpretar el papel de un homosexual en una sociedad tan machista como la cubana?
Imagínate. Elsita y yo teníamos dos hijos. Vivíamos en Lawton. Estaban todos los aseres y socios del barrio... He vivido en lugares donde el machismo es parte del día a día. Y sabía que eso iba a traerme problemas. Pero me era indispensable hacer el personaje, y eso se imponía al qué dirán. Creo que el artista debe rebelarse ante los prejuicios y dogmas que plantea la sociedad.
Indiscutiblemente, La Habana es otro de los grandes personajes de la película, ¿qué aprendiste de ella?
Hasta ese momento era el escenario de mi vida, pero no reparaba en ella. Titón me llevaba a buscar locaciones y hablaba de sus maravillas arquitectónicas. Se paraba, miraba los edificios, sufría porque se pudieran perder. ‘Hay que hacer algo’, decía. Y ese amor, ese compromiso con la ciudad, lo aprendí de Titón y Diego.
¿Cuáles son las tesis trascendentales de la película?
Es un canto a la tolerancia desde el respeto, alejados de la negación y del rencor. La película deja claro que podemos ser cubanos, diferentes, y compartir y luchar por nuestra Isla. Otro es el respeto a la diferencia, pero no solo hacia los homosexuales, sino hacia todo aquel que piense diferente a uno. Tienen el mismo derecho de contar con un espacio en nuestra sociedad y de aportar lo mejor de sí para Cuba. Importante además es el mensaje de ese abrazo de reconciliación que se dan Diego y David. Creo que es de los momentos trascendentales del cine cubano.
Estás haciendo documentales, ¿no aparecen nuevas propuestas como actor o estás experimentando?
Pruebo nuevas maneras de expresarme, de contar historias. Creo que también tiene que ver con los 40 años que ando rondando. Entro en una edad en la que también quiero dar mis puntos de vista. Siempre seré actor, pero en estos momentos los artistas cuentan con otras maneras de interrelacionarse. Tiene que ver con el propio acceso a la tecnología digital, que da más libertad para experimentar. Y empecé a incursionar en el documental.
“Luego de hacer Habana Abierta, con Arturo Soto, trabajé con Ángel Alderete en un proyecto de José María Vitier, quien me pidió imágenes para su disco Iré Habana. Vitier ha puesto música a las imágenes de muchas películas. Esta vez el proceso fue al revés. Fue una experiencia interesante.
“Luego de hacer Habana Abierta, con Arturo Soto, trabajé con Ángel Alderete en un proyecto de José María Vitier, quien me pidió imágenes para su disco Iré Habana. Vitier ha puesto música a las imágenes de muchas películas. Esta vez el proceso fue al revés. Fue una experiencia interesante.
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“Hicimos además Ni fresa ni chocolate, un making sobre las motivaciones de José María con Iré Habana. Le pusimos así porque lo filmamos en La Guarida, donde se realizó Fresa y Chocolate, a la que él también le puso la música. En el mismo balcón de entonces conversamos sobre La Habana y su gente.
“El ministro de Cultura, Abel Prieto, vio el documental, nos dijo que le había gustado mucho, y nos habló de lo maravilloso del Festival del Caribe. Fue una suerte que nos diera esa idea para otro documental y nos abriera las puertas de Santiago. Resultó una gran experiencia. Pensamos que estará para finales de año.
“También he retomado la pintura. He participado en dos o tres exposiciones personales y en algunas colectivas.”
Han pasado más de diez años de Fresa y Chocolate, han llovido muchos personajes, ¿con cuáles te quedas?
Siempre arrastraré la comparación con Diego. Pero ese es un clásico de la dramaturgia, desde el mismo cuento de Senel Paz que es una obra maestra. Y esos personajes tan bien escritos pocas veces aparecen en la carrera de un actor.
“Me siento satisfecho con haber decidido seguir haciendo cine cubano. Estoy feliz de las oportunidades que me ha dado, de haber repetido con Titón y Juan Carlos en Guantanamera, de haber hecho Amor Vertical, Lista de espera, Roble de Olor, Frutas en el café y más recientemente Barrio Cuba.
“Desde Fresa y Chocolate han pasado diez años, he participado en más de 30 películas, tres y hasta cuatro anuales. Este año, por ejemplo, fueron Ámame como soy (de Tisuka Yamasaki, Brasil), Hormigas en la boca (de Mariano Barroso, España), Una rosa de Francia (con guión de Senel Paz y el español Manuel Gutiérrez Aragón, que también la dirige) y Barrio Cuba (de Humberto Solás).
“He estado vinculado al cine latinoamericano, sobre todo a los de Brasil, Argentina, Colombia, incluso en países donde casi no hay como Costa Rica. Igual sucede con el europeo, básicamente en España por el idioma, pero he rodado en Italia, en Portugal. Todo ese trabajo lo siguen comparando con el de Fresa y Chocolate. Y para mí son cosas diferentes. ”
¿Con ese éxito no has pensado en vivir fuera de Cuba?
No, eso jamás. Al contrario, he tenido la suerte de tener muchas oportunidades de trabajo, pero también la de hacerme mi familia y mi espacio en la Isla. Haber tomado esa decisión de seguir viviendo aquí tiene implícita la de continuar vinculado al cine cubano. Las dos cosas van juntas.
¿No te han seducido otras cinematografías?
Pienso que el cine más importante es el nacional, de donde sea. Cada país debe tener una cinematografía que lo represente. Porque el cine es un instrumento trascendental en la defensa de la identidad, es el testimonio en imágenes y sonidos de lo que somos. Cuando hablo con los jóvenes de cualquier parte se los digo. Le doy tanta importancia a eso que le dedicaré mi vida al cine cubano.
Insistes mucho en tu convicción de vivir y hacer cine en la Isla, ¿qué es para ti Cuba?
Recuerdo en Miel para Oshún ese abrazo que se da el personaje con su madre luego de tener serios conflictos de identidad, de buscarla por toda la Isla y de encontrarla en lo más profundo. Creo que Cuba es la madre de todos los que nacemos en esta tierra.