viernes, 30 de septiembre de 2005

Réquiem para Diego

La Jiribilla
Abel Sierra Madero • La Habana
Fotos: Adriana Mosqueda

Una de las películas cubanas de más impacto sociocultural en el contexto cubano de los años 90, es, sin duda, Fresa y Chocolate dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, con guión de Zenel Paz. El filme, basado en el cuento “El bosque, el lobo y el hombre nuevo”, del propio guionista, ha sido leído desde diversas perspectivas; a veces, desde un triunfalismo expectante y poco objetivo que vaticinaba un futuro confortable e idílico en que las contradicciones y conflictos fundamentales de la película, serían resueltos definitivamente en la realidad social. Han pasado más de diez años del estreno de Fresa y Chocolate,  y me pareció oportuno conversar con el actor que encarnó el personaje más controvertido e interesante de la película. Jorge Perugorría ha actuado desde entonces, en más de treinta filmes en Cuba y el extranjero; pero aún adora a Diego pese a la distancia y el paso del tiempo.


Ha transcurrido una década del estreno de Fresa y Chocolate. ¿Crees que la película haya tenido que ver con el inicio del debate público en Cuba de dos temas que estaban engavetados y pospuestos durante varias décadas: el papel del intelectual en la sociedad y la homosexualidad? ¿Crees que el impacto social de la película haya sido sobredimensionado?  
Verdaderamente, Tomás Gutiérrez Alea (Titón) pretendía que fuera una película atemporal; pero cuando más duro fue el tema de los homosexuales en Cuba fue en los 70, cuando estábamos en la utopía de crear el hombre nuevo. Entonces, recuerdo que quiso que fuera atemporal y que la gente pudiera ubicarla, no solo en el momento en que la estábamos haciendo, sino que tuviera también un juego con el pasado. Te digo esto porque pienso que la película en los 70 no se pudiera haber hecho, o sea, sale en un momento que existe una madurez de la propia sociedad cubana con respecto a estos temas. Sin duda alguna, ya en los 90 a pesar de que estábamos en pleno Período Especial y había carencias económicas, la sociedad había madurado en ese sentido. Creo que la película vino justo en el momento adecuado a tratar estos temas que habían sido tabú hasta ese momento, no solo en el cine cubano, sino también en las demás artes y lo trató con una sinceridad que la gente no tuvo un choque con el pensamiento cubano, sino todo lo contrario, que contribuyó a la tolerancia hacia las personas marginadas, no solo los homosexuales, sino a otras personas que son diferentes.
Recuerdo que cuando se estrenó la película, muchos homosexuales me abordaban en la calle y  con lágrimas en los ojos, me daban las gracias porque sintieron que sus conflictos y problemáticas habían sido tocadas con profundidad. La película terminó siendo una catarsis para toda esa gente que en los 70 pasó cosas muy duras por defender su sexualidad. 
¿Cómo aprendió Jorge Perugorría, hombre cubano contemporáneo a encarnar a Diego, de dónde y de quién tomó esas maneras?
Primero tuve la suerte de trabajar con Tomás Gutiérrez Alea que era el maestro del cine cubano; estaba Juan Carlos Tabío que es un excelente director de actores, y estaba el guión de Senel Paz, basado en su magistral cuento "El bosque, el lobo y el hombre nuevo",  tenía una base que para un actor es muy importante, un personaje muy bien escrito. Titón me dijo que tenía amigos que podían servirme de referente y que tenían características que él quería que tuviera el personaje. Me presentó a Lázaro Gómez, el productor de Pablo Milanés, que había sido asistente de dirección de Titón en varias películas. Lázaro era una persona muy extrovertida, un sentido del humor muy dinámico, muy expresivo. Estuve saliendo con Lázaro, ahí me presentó a Pablo Milanés. Empezamos a salir y me contaba de su vida, ahí capté todo sus manierismos, su gestualidad, características de él que se las pude poner al personaje. Por otra parte, en el trabajo con Senel Paz, que me presentó a Antón Arrufat, porque Antón tenía un peso como intelectual que era importante que el personaje lo tuviera también. Yo ahí era una esponja, tomando el té con él, no le quitaba los ojos de encima, cómo cogía la taza, cómo se reía. También estuve trabajando con Carlos Díaz, con quien yo había hecho la trilogía de teatro norteamericano en el 90, habíamos hecho "Las Criadas", habíamos fundado Teatro El Público. Esas personas fueron mi referente.
¿Crees que Diego es un fetiche, un estereotipo del homosexual o que su imagen, pensamiento y estética son representativos de todos los homosexuales?
Muchos homosexuales, o sea, diferentes tipos de homosexuales se veían representados en Diego. Creo que lo dije en el making off de la película, que si yo hubiera representado el Diego de todas las personas que se me habían acercado diciéndome que eran Diego me hubiera vuelto loco, entonces no  me quedó más remedio que hacer mi propio Diego que era un poquito de todas esas personas. Cuando se estrenó la película a mí me pasaron cosas muy cómicas. Los gays son muy simpáticos, y se me acercó uno y me dijo: "Me has hecho llorar tanto que he tenido que cambiarme el rímel tres veces". También creo que Diego representa a otras personas que no son homosexuales. Para mí el personaje no es excluyente y no se circunscribe solamente a ellos.
 
Los seres humanos de alguna manera nos travestimos en nuestra cotidianidad. Perugorría se desdobló y travistió para encarnar a Diego. ¿Qué crees de los travestis?
El tema de los travestis que cada vez toma más fuerza no solo en Cuba, sino en otros países, en las capitales, en las grandes ciudades, cada vez más se van ganando un espacio, y cada vez más forman parte del color y de las características de las sociedades. En algunos lugares han ganado más terreno en cuanto al respeto a sus prácticas y a su decisión de llevar esa vida. En otros, sus vidas son más terribles y viven en la frontera, en el límite, al filo de la navaja, entre el hecho de ser travestis y la prostitución ligada al travestismo y a la marginalidad. En países como Brasil sucede mucho y se convierte en un modo de vida, de un mundo marginal, de personas que tienen dificultades. La propia sociedad los convierte en algo bien triste y decadente. Hay otras personas que no lo hacen para prostituirse, sino que son grupos que han encontrado en el travestismo el modo de expresar su sexualidad y manera de ver y entender el mundo. Los guapos de alguna manera son travestis, en su gestualidad, sus manierismos, cambian el acento, se contonean. 
El tema del travestismo es muy complejo, por eso creo que hay que llevarlo a debate, para aclararle bien a la gente que el travestismo en sí, no atenta contra la sociedad ni contra su moral; pero el travestismo ligado a la prostitución es algo verdaderamente triste sobre todo en países del Tercer Mundo, en países en vías de desarrollo o en países que viven del turismo, entonces los turistas vienen a consumir eso como un producto. Cada quien tiene el derecho de vivir y expresarse de la manera que quiere; pero hay que ayudar a la gente a no caer en la parte decadente del travestismo que es la que está ligado a la prostitución. 
Si echamos un vistazo a los personajes que has encarnado en las películas donde has trabajado, Diego es un gran contraste con respecto a los machos que después de Fresa y Chocolate has representado. ¿Qué significa Diego para ti, no solo como actor, sino como hombre cubano que eres?
iego para mí fue mi maestro, yo estaba creando un tipo que aprendí mucho de él; porque recuerdo que cuando me presenté para el casting de Fresa y Chocolate, aspiraba a hacer el personaje de David, que es el personaje de mi generación. Me considero de la generación de ese David con todas esas lagunas culturales, con esa formación, con todas esas contradicciones, nacido y criado dentro de la Revolución. Yo estaba más cerca del personaje de David que de el de Diego. Siempre le he tenido amor a La Habana; pero no la conciencia de ese amor a La Habana que tiene Diego. Fui otra persona después que hice Diego; porque aprendí de la grandeza de los valores humanos que encierra el personaje. Todavía tengo esa huella, he madurado con esa huella, sobre todo de amor a la ciudad, de compromiso con el arte. Deseo que Diego les aporte a los jóvenes lo que me aportó a mí.
Después que estrenamos la película por medio mundo en festivales, Titón me dijo: "Bueno, ahora vamos a reivindicarte". Porque todo el mundo pensaba que yo era gay, dondequiera que ponían la película la gente pensaba que era gay. Entonces Titón me dijo: "Ahora te voy a dar el personaje de un macho cubano, un camionero, para reivindicarte para el mundo, porque si no estás embarcado". Entonces hicimos Guantanamera y otras películas donde hice personajes de machismo extremo.
 
¿Qué es lo que más aprecias de Diego?
El compromiso con el arte. No hacer concesiones ni con la oficialidad ni con el poder ni con nada. Diego eso lo tenía muy claro, y por esa conciencia de su amor a La Habana, ese orgullo de vivir como él dice "en uno de los lugares más maravillosos del mundo" y tener esa sensibilidad para amar esta ciudad y para tratar de hacer algo por ella. 
 
¿Tienes algo que reprocharle? ¿Qué le hubieras quitado? ¿Qué le hubieras agregado?
Si hay algo que le hubiera cambiado al personaje, es que Diego no se hubiera ido de Cuba. A mí me hubiera encantado que Diego siguiera por La Habana, montando exposiciones, yendo al ballet. Que Diego pudiera estar aquí en La Habana, que no tuviera…, que para mí es lo más duro, esa despedida de la ciudad, amando esta ciudad como la amaba él. Pero todavía estamos a tiempo, a lo mejor regresa, ojalá…, y yo sueño con eso. Estamos trabajando mucha gente, no solamente artistas, que reflejan y rescatan la obra de muchos cubanos que como Diego andan por ahí, que sigan sintiendo que La Habana es su ciudad y que sus puertas están abiertas.
Hace poco volví a ver la película y me siento muy satisfecho. Después de hacer esa película,  en vez de detenerme a ver qué hubiera hecho mejor, tuve que detenerme a pensar cómo iba a  poder hacer otra cosa y que la gente pudiera ver que era capaz de enfrentar a otro personaje. Han transcurrido diez años de Fresa y Chocolate, he hecho alrededor de treinta y cinco películas y todavía Diego sigue siendo el referente adonde la gente mira siempre. Es difícil en la carrera de un actor encontrarse un personaje tan bien escrito como ese, y trabajar en una película como esa. A veces hay grandes actores, con grandes carreras, y nunca llegan a tener un trabajo de esa trascendencia. Tuve la suerte que para mí fue la primera. Va y me paso la vida haciendo películas y no consigo que ninguna tenga esa trascendencia. Pero siempre de alguna manera voy a ser el Diego de Fresa y Chocolate, no me queda más remedio. 
¿Crees que el discurso de Fresa y Chocolate incidió en un cambio de mentalidad con respecto al tratamiento de los homosexuales en Cuba? ¿O piensas que hay una vuelta atrás en ese sentido? ¿El helado ya se ha derretido?
Creo que no es fácil para una sociedad machista como la nuestra asimilar el tema de la homosexualidad, aunque se han ganado muchos espacios, de sentido de respeto. Ya no sucede como en otros momentos donde a los homosexuales les costaban los puestos de trabajo; pero todavía la sociedad tiene que evolucionar y madurar mucho. Todavía la verdadera integración de los homosexuales a la sociedad constituye una utopía, no solo en Cuba, en otros lugares también. Todavía esos sectores tienen que batallar mucho para seguir ampliando su presencia dentro de la sociedad, seguir manifestándose, para que sean verdaderamente aceptados.

martes, 9 de agosto de 2005

Perugorría y los 40

M. J. Muñoz La Habana
Fotos: Nadia

Asumir los más disímiles personajes, lo mismo el mítico homosexual de Fresa y Chocolate, el Goya de Volavérunt, que el ciego de Lista de Espera... hasta cerca de 36 películas en poco más de 10 años, resulta un buen average para cualquier actor. Intenso ha sido el itinerario de aquel muchacho del Wajay que alguna pensó en ser médico.
Sin duda, a sus 40 años (13 de agosto de 1965) recién salidos del horno, Jorge Perugorría es la cara del cine cubano más conocida de todos los tiempos. Trabajo le costó. Cerca de dos décadas han pasado desde que Pichi, como lo llaman sus amigos, anduviera las aulas del Politécnico José Martí, “donde conocí a Elsita, mi compañera y la madre de mis hijos; entonces trabajábamos de artesanos para darnos el lujo de hacer teatro, no teníamos salario”.
Cuatro años compartió con la tropa de Humberto Rodríguez hasta que pasó a formar parte del grupo Arte Popular, dirigido por  Eugenio Hernández Espinosa, bajo cuya batuta fue evaluado como actor profesional. Luego inauguró Teatro Caribeño. Y trabajó con directores de la talla de José Milián, Nelson Dor, Tomás Piard y Pedro Ángel Vera, “con quien interpreté La perra vida, una de las mejores cosas que hice”. También compartió las tablas con el grupo Rita Montaner y participó en la fundación de Teatro El Público.
Antes tuvo una “experiencia extraordinaria” con su director, Carlos Díaz, quien hizo una selección de actores para montar la trilogía de teatro norteamericano: Zoológico de cristal, Té y simpatía y Un tranvía llamado deseo, “lo más importante que me sucedió en todos esos años de teatro”.

No contabas apenas con preparación teórica…

Así fue, no alcanzaba el tiempo. Humberto nos enseñaba, siempre nos motivó para que estudiáramos Stanislavski y nos daba cursos de preparación e interpretación. Después, con todos esos directores, aprendí un poco más sobre la marcha.  
¿Cómo llegas al personaje de Diego?

Estaba haciendo televisión, lo más importante fue Shiralad, en el espacio de Aventuras. Mirtha Ibarra, que trabajaba en la serie, me dijo que Titón (Tomás Gutiérrez Alea) estaba haciendo el casting para Fresa y Chocolate. Le conté que el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) no me había llamado. Llevaba años haciendo teatro sin una posibilidad seria en el cine. Ya pensaba que mi carrera se limitaría al teatro. Tenía 26 años.

“De visita en la UNEAC, corría un Festival de Cine, Mirtha me presentó a Titón. Él me dijo que fuera a hacer la prueba. Le expliqué que no me habían invitado. Me respondió que se encargaría de que me citaran. Y así fue. Cuando me presenté iba pensando en el personaje de David. Conocía el cuento de Senel Paz y creí que era con el que más posibilidades tendría.

“Titón me explicó que andaba buscando a Diego. Aquello me cayó como un jarro de agua fría. Porque siempre pensé que un personaje tan complejo se lo darían a uno de esos monstruos del cine cubano como Adolfo Llauradó, Carlos Cruz… Ensayé con Carlos Díaz que generosamente me montó la escena, a pesar de que él también se había presentado para el personaje. Unos días después me aprobaron. Llegaron a mi casa para decírmelo y entregarme el guión. Y comenzó todo.”

¿Qué significó para ti el trabajo con Titón?

Me marcó como artista y como persona. Trabajó conmigo como si yo fuera un muchacho de la escuela de arte. Me mandaba tareas como actor, desde hacer la biografía, orientarme en la caracterización del personaje, hasta presentarme a personas con las características que pensaba él debía tener Diego. Empecé a trabajar con ellos. Y con un poco de cada uno lo armé.

“Pero su influencia no fue solo a la hora de componer el personaje y hacer la película. Lo acompañé a muchos lugares y eso fue una escuela. Verlo defender sus ideas. Así logré entenderlo más. No puedo negar su influencia en mí. Creo que mi generación fue tocada por su cine y por todas las ideas que generó su obra.

“Y hablamos de él, pero también fue fundamental Juan Carlos Tabío, codirector de la película. Su talento en el trabajo con los actores fue indispensable. Experiencia que tuve la suerte de repetir en Guantanamera, que la dirigieron juntos los dos, luego en Lista de espera, y que espero volver a repetir, porque considero un lujazo trabajar con Juan Carlos.”   
¿Qué le debes a Diego?

Permitirme expresar una serie de ideas que como joven cubano pensaba que era hora de plantear en un escenario, en una pantalla. Cuando hacíamos la película sabíamos que por medio de Diego aportaríamos un granito de arena a la madurez de la sociedad cubana. Esa era una gran motivación, hicimos la película con tremendas ganas de ser escuchados.

¿Cuán difícil resultó interpretar el papel de un homosexual en una sociedad tan machista como la cubana?

Imagínate. Elsita y yo teníamos dos hijos. Vivíamos en Lawton. Estaban todos los aseres y socios del barrio... He vivido en lugares donde el machismo es parte del día a día. Y sabía que eso iba a traerme problemas. Pero me era indispensable hacer el personaje, y eso se imponía al qué dirán. Creo que el artista debe rebelarse ante los prejuicios y dogmas que plantea la sociedad.

Indiscutiblemente, La Habana es otro de los grandes personajes de la película, ¿qué aprendiste de ella?

Hasta ese momento era el escenario de mi vida, pero no reparaba en ella. Titón me llevaba a buscar locaciones y hablaba de sus maravillas arquitectónicas. Se paraba, miraba los edificios, sufría porque se pudieran perder. ‘Hay que hacer algo’, decía. Y ese amor, ese compromiso con la ciudad, lo aprendí de Titón y Diego.

¿Cuáles son las tesis trascendentales de la película?

Es un canto a la tolerancia desde el respeto, alejados de la negación y del rencor. La película deja claro que podemos ser cubanos, diferentes, y compartir y luchar por nuestra Isla. Otro es el respeto a la diferencia, pero no solo hacia los homosexuales, sino hacia todo aquel que piense diferente a uno. Tienen el mismo derecho de contar con un espacio en nuestra sociedad y de aportar lo mejor de sí para Cuba. Importante además es el mensaje de ese abrazo de reconciliación que se dan Diego y David. Creo que es de los momentos trascendentales del cine cubano.

Estás haciendo documentales, ¿no aparecen nuevas propuestas como actor o estás experimentando?
Pruebo nuevas maneras de expresarme, de contar historias. Creo que también tiene que ver con los 40 años que ando rondando. Entro en una edad en la que también quiero dar mis puntos de vista. Siempre seré actor, pero en estos momentos los artistas cuentan con otras maneras de interrelacionarse. Tiene que ver con el propio acceso a la tecnología digital, que da más libertad para experimentar. Y empecé a incursionar en el documental.

“Luego de hacer Habana Abierta, con Arturo Soto, trabajé con Ángel Alderete en un proyecto de José María Vitier, quien me pidió imágenes para su disco Iré Habana. Vitier ha puesto música a las imágenes de muchas películas. Esta vez el proceso fue al revés. Fue una experiencia interesante.

“Hicimos además Ni fresa ni chocolate, un making sobre las motivaciones de José María con Iré Habana. Le pusimos así porque lo filmamos en La Guarida, donde se realizó Fresa y Chocolate, a la que él también le puso la música. En el mismo balcón de entonces conversamos sobre La Habana y su gente.

“El ministro de Cultura, Abel Prieto, vio el documental, nos dijo que le había gustado mucho, y nos habló de lo maravilloso del Festival del Caribe. Fue una suerte que nos diera esa idea para otro documental y nos abriera las puertas de Santiago. Resultó una gran experiencia. Pensamos que estará para finales de año.

“También he retomado la pintura. He participado en dos o tres exposiciones personales y en algunas colectivas.”
Han pasado más de diez años de Fresa y Chocolate, han llovido muchos personajes, ¿con cuáles te quedas?

Siempre arrastraré la comparación con Diego. Pero ese es un clásico de la dramaturgia, desde el mismo cuento de Senel Paz que es una obra maestra. Y esos personajes tan bien escritos pocas veces aparecen en la carrera de un actor.

“Me siento satisfecho con haber decidido seguir haciendo cine cubano. Estoy feliz de las oportunidades que me ha dado, de haber repetido con Titón y Juan Carlos en Guantanamera, de haber hecho Amor Vertical, Lista de espera, Roble de Olor, Frutas en el café y más recientemente Barrio Cuba.

“Desde Fresa y Chocolate han pasado diez años, he participado en más de 30 películas, tres y hasta cuatro anuales.  Este año, por ejemplo, fueron Ámame como soy (de Tisuka Yamasaki, Brasil), Hormigas en la boca (de Mariano Barroso, España), Una rosa de Francia (con guión de Senel Paz y el español Manuel Gutiérrez Aragón, que también la dirige) y Barrio Cuba (de Humberto Solás).

“He estado vinculado al cine latinoamericano, sobre todo a los de Brasil, Argentina, Colombia, incluso en países donde casi no hay como Costa Rica. Igual sucede con el europeo, básicamente en España por el idioma, pero he rodado en Italia, en Portugal. Todo ese trabajo lo siguen comparando con el de Fresa y Chocolate. Y para mí son cosas diferentes. ”

¿Con ese éxito no has pensado en vivir fuera de Cuba?

No, eso jamás. Al contrario, he tenido la suerte de tener muchas oportunidades de trabajo, pero también la de hacerme mi familia y mi espacio en la Isla. Haber tomado esa decisión de seguir viviendo aquí tiene implícita la de continuar vinculado al cine cubano. Las dos cosas van juntas.

¿No te han seducido otras cinematografías?

Pienso que el cine más importante es el nacional, de donde sea. Cada país debe tener una cinematografía que lo represente. Porque el cine es un instrumento trascendental en la defensa de la identidad, es el testimonio en imágenes y sonidos de lo que somos. Cuando hablo con los jóvenes de cualquier parte se los digo. Le doy tanta importancia a eso que le dedicaré mi vida al cine cubano.

Insistes mucho en tu convicción de vivir y hacer cine en la Isla, ¿qué es para ti Cuba?

Recuerdo en Miel para Oshún ese abrazo que se da el personaje con su madre luego de tener serios conflictos de identidad, de buscarla por toda la Isla y de encontrarla en lo más profundo. Creo que Cuba es la madre de todos los que nacemos en esta tierra.