viernes, 19 de marzo de 2010
Jorge Perugorría en entrevista con Amaury Pérez
El más internacional de los actores cubanos, Jorge Perugorría, no puede desprenderse de su Patria, por más lejos que viaje. Se lo ha confesado a Amaury Pérez, durante una de las entrevistas que el cantautor graba en los estudios del ICAIC de Prado y Trocadero, para el programa de próxima salida por la televisión cubana, “Con 2 que se quieran…”
A punto de terminar una hora de diálogo dinámico y divertido, Amaury le preguntó si durante sus numerosos viajes al extranjero quisiera llevarse a Cuba consigo o dejarla al cuidado de los amigos, y el actor no demoró un segundo en responder: “Me llevo a Cuba conmigo dondequiera que voy.” Y contó cómo pone lo mismo a un europeo que un sudamericano o a un japonés, a comer frijoles negros, a jugar dominó, a bailar con Van Van…
Cuba, la fidelidad, sus barrios, su familia, sus amigos, la actuación, la pintura,¡¡¡el cine¡¡¡¡¡, desfilaron por la conversación entre ambos artistas con una naturalidad y unas definiciones impresionantes, sentando desde el principio la certeza de que este hombre no es un solo el intérprete de muchos de los más importantes protagónicos del cine que se hace en Hispanoamérica: tiene conceptos muy claros sobre casi todos los asuntos de la vida, a la que le gusta definir en los términos de un loco que se topó por Galicia.: “La vida nos vive”.
Según Perugorría eso pasó con él. La vida y la relación con sus amigos, lo han llevado a casi todo lo que ha hecho con indiscutible éxito y declarado placer: desde la actuación, que comenzó haciendo extras en las Aventuras de la televisión y donde por poco pierde la vida, hasta la dirección de cine que ahora lo pondrá otra vez junto a Vladimir Cruz en un filme de ficción, ambos frente y tras las cámaras.
De la televisión habla con cierto tono de angustia por la calidad que ha perdido, entre carencias y dificultades, pero hay más ilusión que desesperanza cuando recuerda los intentos en que participó, en los años más duros del Periodo Especial, por hacerla mejor.
“Lo primero que tiene que rescatarse es gente de talento, convocarlos…” Pero aclara: “Yo me divorcié de la televisión porque empecé una carrera en el cine que no me imaginaba y no he parado desde entonces.”
“Boceto”, un mediometraje experimental de Tomás Piard y no “Fresa y Chocolate”, marca la entrada de Perugorría al cine, después de un tránsito de lujo por el teatro con Humberto Rodríguez, Eugenio Hernández Espinosa y Carlos Díaz, director de El Público, grupo desde el que se innovó con osadía en las más concurridas puestas de hace un par de décadas.
Carlos lo botó temporalmente del grupo mientras hacían la inolvidable trilogía de teatro norteamericano, después que el actor protagonizó una exhibición colectiva de nalgas masculinas en una subida del telón al cierre de “Te y simpatía”.
De ahí su familiaridad con el desnudo que “siempre es difícil, pero para nosotros era parte del espíritu trasgresor de todo lo que hacíamos”.
“Fresa y Chocolate, un tema que me acompaña”. Con esa frase medio lezamiana, respondió el actor a la pregunta con que Amaury, más que poner una interrogante quiso pedírsela: “¿Qué podríamos agregar que no se ha dicho?”
Perugorría, sin embargo, no se conformó con explicar por qué esa película le cambió la vida -él y su esposa por poco no pueden entrar al estreno porque nadie los conocía y casi no pueden salir por el asedio de un público transformado-; sino que prefirió destacar cómo, a partir de ella, se modificaron las percepciones internas y externas sobre el polémico tema y sobre el país.
“Conocemos todo lo que nos aportó dentro en cuanto a tolerancia y respeto a la diferencia, pero hacia fuera oxigenó nuestra imagen. Le dio al mundo una visión llena de matices de lo que es la sociedad cubana…y eso fue a principios de los 90…” “A mí me llena de orgullo.”
Pero junto a la rotunda certeza de que hacían algo tremendo, el actor recuerda que las necesidades de aquellos años lo obligaron a criar un puerco para alimentar a la familia. Cada noche, al terminar las grabaciones, corría al Lawton donde vivían entonces, para darle de comer a su puerquito. Al otro día las maquillistas tenían que pulirle una y otra vez las uñas para que lucieran como las del exquisito Diego.
“Yo estaba engordando mi puerco, pero con la conciencia de que el proyecto en el que trabajábamos era una película necesaria.”
Luego insiste: “Mi vida cambió esa noche en el cine Carlos Marx en que lloré como un espectador más.”
Pero Amaury insiste, quiere saber cómo lo trataba la gente en la calle después de hacer el papel de un gay tan desafiante. Perugorría, que siempre ha sido un tipo de barrio, de los que no faltan en las mesas del dominó y hacía colas enormes para comprar una cerveza que le viraba el estómago al revés y que prometía no volver a tomar hasta que regresaba la pipa a Lawton, recuerda que algunos de los más duros dijeron: “qué va, él tiene que ser maricón…” Pero de ahí no pasó la fobia.
“Todo se lo debo a Fresa y Chocolate”, dice otra vez, cuando Amaury pregunta cómo se las ingenia para manejar los acentos de las diferentes lenguas en las que ha tenido que actuar bajo directores diferentes. “En Brasil dije que no hablaba portugués y me dijeron: no importa, ven. Antes de mi llegó Fresa y Chocolate.”
Como cualquier joven cubano, Perugorría falsificó credenciales para ver las películas de los festivales latinoamericanos de La Habana, su primera ventana hacia los países a los que luego viajaría para hacer protagónicos inesperados, como el Goya de Bigas Luna, la película que propició su reencuentro con la pintura, primera expresión artística en la que se involucró durante sus inolvidables años de vida en el Wajay, donde fue el hijo de padres divorciados, criado por la abuela, mientras la madre trabajaba horas y horas voluntarias, como tantas madres de esa época linda en que trabajando se ganaba todo, desde un refrigerador hasta una casa y el país entero estaba contagiado con eso.
Desde la humildad del Wajay, barrio de la periferia donde habitan los primeros recuerdos de una infancia maravillosa en que una vecina llamada María Luisa lo bautizó como Pichy para toda la vida, por razones que conocerán cuando se trasmita la entrevista; Amaury hizo viajar a Perugorría hasta sus orígenes y el que parece su destino: la casa con todas las comodidades que su carrera le ha permitido tener en Santa Fe, tan cerca del mar como siempre quiso, en sintonía con su raíz de habitantes de cayos en el oriente del país.
Y ese viaje pareció sellar el nacimiento de una amistad entre “dos que se quieren” antes de encontrarse. Amaury supo elaborar y colocar muy bien sus preguntas hasta conseguir que en cada respuesta hubiera de todo, pero especialmente conceptos, que no citas de este o aquel pensador o cineasta, sino conceptos muy propios y absolutamente necesarios, de alguien que no se ha conformado con hacer arte, lo ha pensado, repensado y trabajado para sostenerlo y mejorarlo.
Extractado de Cubadebate, 25 Enero 2010
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